lunes, 14 de diciembre de 2015

Cocó decía que para ser irreemplazable, hay que ser diferente.



Creo con bastante frecuencia que mi rareza se debe al exceso de percepciones derivadas de experiencias extrañas que me suceden bastante seguido y saturan la cpu de mis pensamientos.
Lo bueno es que cada tanto tengo anécdotas divertidas que van llenando la tarjeta de memoria del corazón, y cuando revuelvo un poquito no me sale otra cosa que una sonrisa, toda achinada.
 Hoy iba caminando por la calle, colgadísima como siempre, y un chabón me gritó desde su terraza: "¡nena, qué bien te ves, cuando en tus ojos no importa si las horas bajan". Eran como las siete de la tarde, yo venía de dejar mi bici en reparación, algo triste, porque otra vez un clavo le perforó los sentimientos y todas esas cosas que venía reprimiendo con mucho pedaleo. Me pregunté qué tipo de flores se habría fumado para estar tan en la mejor, y citar al flaco en mi cara y en mi cancha.
 No sé, quizás solo era el algodón amarillo de los árboles del barrio, que el viento voló para ingresar de a poco en sus pulmones, para recordarle que la primavera en verano no se va, sigue brotando en cosas hermosas, y sospecho que también pasaron por mis oídos después del piropo para decirme: "eu, reí, que las canciones siguen estando escritas para vos".

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