lunes, 11 de marzo de 2019

compartiendo sentimientos



Sé que estoy en el ojo de la tormenta. El cambio está llegando y el viento sopla con una intensidad incontrolable. Vuelan hojas y flores de mil colores en un fondo gris espeso. Estoy en medio del campo entregada a los rayos que pasan muy cerca y vibran con el sonido de los truenos más poderosos. El cielo está cargado del agua que necesita el suelo que acabo de labrar con una transformación orgánica profunda que acepto, honro y despido, con acciones y pensamientos que desnaturalicé. Removí tanto la tierra que se fertilizó demasiado y ahora está lista para ser barro, para ser útero de las semillas que explotarán la energía del amor que con  paciencia cultivé.
Perdí. Perdí mucho terreno. Me preocupé tanto por lo que quería ganar que me olvidé que perder no es un verbo del pretérito, es parte del presente. Hay un vacío. Hay semillas que tardarán un poco más en crecer. Hay otras que no quisieron quedarse ahí y simplemente migraron con el aire hacia otro lugar. Quizás las dejé ir sin darme cuenta. No pude visualizar todos los elementos con los que podía acomodarlas.  Ahora llevo un manual de instrucciones  grabado en mi alma para mejorar la próxima siembra.
La lluvia llegará al fin, y como ritual nativo sólo voy a bailar y a festejar esa perfección, veré caer esas lágrimas que evaporaron para ser gotas que participan  de la creación y del trasgredir. Mis sentidos saborearán el olor de la madera mojada y las nubes se desarmarán cuando todo se acomode y reine la calma, abriendo el cielo a una luz infinita de múltiples colores que terminará en mí. Afortunada. Brillante.  Acompañada. A cosechar alegría.