miércoles, 28 de septiembre de 2011

lunes, 19 de septiembre de 2011

son re ír





Nunca hablé de la felicidad. Y tampoco tengo ganas. Pero a veces me siento en las nubes, pensando cómo sostenerla en mi cuerpo, en mi entorno, sin que se valla, sin que se escape...


No sé si es un estado, un equilibrio de determinadas cosas, una ilusión, pero muchas veces me consideré feliz. Cuando era más chica, creía que la felicidad era como el juego de la escondida, los adultos la buscaban, en sus proyectos, sus trabajos, sus familias, y deseaban encontrarla esforzándose a más no poder. Ahora que ya tengo mis (pocos) años, me doy cuenta de que aquella se encuentra en las pequeñas cosas de la vida... Llevo tatuado en mi corazón un carpe diem que me enseña a vivir cada segundo como si fuera el último, a perdonar aquellos errores que en definitiva, son humanos, a amar apasionadamente a aquellas personas que se lo merecen, a escuchar el sonido de las luces, a ver la luz de la música, a gritar silencios que valen más que mil palabras.

viernes, 16 de septiembre de 2011

enjoy yourself




Vinimos a la vida para estar acompañados. Afirmar que nos gusta la soledad, que amamos la soledad por encima de todas las cosas, que lo único que deseamos en esta vida es permanecer solos, es uno de los cinismos peor contados de la historia. A nadie le gusta la soledad al completo, y menos cuando uno no es quien la elige. No tenemos el poder de decidir cuándo y cómo queremos estar solos, porque nunca lo estamos. Podemos sentirnos solos aún estando rodeados de un montón de personas o sentirnos cercanos a otros estando en Marte. Pero eso es otro tema. Nadie está completamente solo, y nadie está completamente acompañado. Podés asfixiarte cuando el teléfono suena cada cinco minutos y podès amargarte cuando el teléfono no suena en meses... Siempre que huímos marchamos en búsqueda de ayuda, de una ayuda fresca, nueva, está bien; pero de una ayuda que traiga otras caras, otras sonrisas, otras miradas. Nunca marchamos a una tierra donde no exista nadie, quizá porque no hay un lugar tan solitario, quizá porque no aguantaríamos vivos ni veinticuatro horas. Dicen por ahí que un hombre es capaz de mantenerse con vida sin beber aproximadamente cinco días. Sin dormir unos días menos. Sin comer, casi nada. Para qué mentir.... ¿y sin ver a otras personas? Imagínese que lo colocan en una ciudad, grande como Nueva York; o en un pueblo chiquito como alguno de por acá. Eso no importa. Imagínese que no hay absolutamente nadie. Nadie por las calles, nadie en los negocios, teléfonos desde los que usted no puede llamar a nadie, nadie en las casas, nadie en ningún lado. ¿Cuánto tiempo cree que aguantaría? Seamos claros, cuando salimos a la calle por iniciativa propia los domingos a media mañana buscando un poco de soledad, no estamos buscando más que algún movimiento humano con el que sentirnos identificados un rato. Nunca queremos estar del todo solos, nunca estamos preparados. La soledad en sí no existe, no es más que una utopía. Nadie está completamente sólo, nadie quiere estarlo, nadie lo soportaría. Es sólo que a veces tendemos a confundir las necesidades. Generalmente no tenemos ganas de hablar con la gente, y mucho menos de que nos molesten con pelotudeces, incluso nos hincha que se mantengan al lado mirándonos, y entonces afirmamos que lo único que necesitamos es estar solos. ¿Solos? Imposible! ¿Quién inventó la soledad? Y lo más importante, si alguna vez existió... ¿dónde está?