viernes, 21 de abril de 2017

reloj interior





Hay personas tan únicas como el espíritu que las pone en movimiento. Estamos hechos de historia. La otra vez leyendo a Kundera comprendí que los mecanismos de refugio de los malos momentos son atemporales, no hay regla general, como no hay regla para nada, y todo eso por culpa o gracia de la relatividad.
Me cuesta mucho pensar con firmeza algo cuando intento incorporar todas las variables posibles, porque ahí está la validez de las cosas. Después me doy cuenta de lo necesario que es un eje para girar y trato de volver a mis creencias. Sin dañar a nadie. Todo no se puede, oh.
Comprender la cantidad de posmodernidad de unos y otros es algo personal y complicado: algunos utilizamos una especie de máquina del tiempo y nos refugiamos en el pasado: a veces no tiene que ver con un pasado en el cual fuimos felices, sino con épocas idealizadas que, a lo medianoche en París, las amamos porque no la habitamos, sino quizás preferiríamos cambiar, por la misma desconformidad que nos tira a negar (un poquito) nuestro presente.
Y están los que trascienden todas las barreras para vivir en la meseta de la juventud, bancando y poniendo fichas en un futuro que avanza, y lo nuevo es bien recibido, el innovador se vuelve popular, y la belleza vuelve a subir a la superficie material.
Ninguna está bien o mal, no invito a ningún debate porque son perspectivas y cada formación histórica determinará que camino pudimos tomar.
Don Draper en la serie Mad Men me tiró la posta: El miedo siempre es mayor en la anticipación del evento. Será por eso que en nuestra máquina del tiempo no hay futuro?

Quiero creer que el chip de punk rock de mi cabeza todavía es la respuesta .

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