domingo, 5 de julio de 2015

Calma, deja que el beso dure y que el tiempo cure



Así es como de repente me di cuenta de que no tenía ganas de salir a emborracharme. En el auge de la vanguardia que impone el consumo de muchas cosas para disfrutar una noche, logré que mi interés por eso se extinga al punto de replantearme hacia adonde tenía que caminar. Lo importante es estar en movimiento, me dijo una amiga.
Y me dejé seducir por el jazz. Debe ser la rebeldía innata que me arrastra hacia lo que no forma parte del concepto de tener o no tener onda, en algún momento el protagonismo se lo llevó todo el punk rock, (que nunca se fue), pero que pasó a ser un momento, porque adaptado a mi generación, ya no se puede basar en el "vive rápido y muere joven" de Sid Vicious. Ahora, muchachos, a vivir para sobrevivir.
Sobre el jazz. ¿Qué puedo decir? Si Julito y Woody corrieron hacia mis oídos a susurrarme: "dale, piba, venite para este lado. Acá importan las mujeres, queremos cuidarlas, sos sensacional. Bajamos la luna y el sol juntos por vos, que lo vales. Hoy nos necesitás, así que estamos entregados a tí".
Sí, buenísimo, gracias, me gustaría que el jazz tenga otra cara; la de mi corazón, que hoy está asumiendo que es muy frágil para pasar un domingo a la mañana sin extrañar, sin hacer el amor.
Pero un día mi lado impulsivo se disparó para dejar de manejar la chata; ir sentada en la parte de atrás sintiendo el viento en la cara; seguridad y no miedo; valentía y no debilidad; paz y no dolor.
¿Cuánto falta para llegar  a destino?



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