miércoles, 12 de septiembre de 2018

Somos


Los superhéroes existen y son anónimos. Algunos son admirados por una gran mayoría, otros solo por unos pocos. En su mundo no existen las categorías ni los estados sólidos, líquidos o gaseosos, porque se van moldeando dependiendo lo que sus misiones diarias demanden. Estos superhéroes no vuelan, están con los pies bien firmes en la tierra. Y en vez de salvar al que se cae, lo levantan, lo empujan o lo despiertan a golpes invisibles si es necesario, pero confían en el tropezón, en las caídas en aviones y en paracaídas, en los principios de los abismos, en las alturas sobre las que se escala, se vuela, se construye, se arroja. Viven en torres sin puerta. Quizás han tenido una antes y las han abierto con demasiada inocencia y confianza, con tanta que se terminó cayendo todo, o las han cerrado temerosos envueltos en sus locuras, depresiones y paranoias. Y desarrollaron ese poder del portal, en donde sólo cuando saben que están preparados para entrar, salir, recibir, la imaginan. La visualizan. La crean.
Los superhéroes tienen un poder que los identifica y los complementa. Se ayudan entre ellos, claro. Están viviendo en la misma hostilidad todxs. Los superhéroes no tienen máscaras.  Los superhéroes tienen un ego que en alguna de las oportunidades en cada uno alcanzó la misma dosis que el nivel de poder en sus sangres. Están repletos de irregularidades, de cicatrices, de errores, pero les queda bien, nos dan un poquito más de confianza cuando nos patinamos y nos alzan de un abrazo.

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