miércoles, 2 de diciembre de 2009

alucina




No estaba dormida. Simplemente miraba el techo de algún lugar tumbada en la cama en plena oscuridad. El reloj marca las diez y veinte de la mañana. Vibró el celu, y, como el toque de un despertador, me levanté. Un mensaje. Lo leo. Cierro los ojos, ahora si. Y descanso la mirada acostumbrada ya al color negro que invade mi alrededor. No sé como pero escucho esa voz recitando las palabras mágicas. Escucho el siseo de alguien pidiendo silencio. Pero un silencio cómodo, un silencio placentero, un silencio próximo, un silencio que inspira paz, tranquilidad. Como si en vez de haber leído el mensaje, lo hubiera escuchado, vivido. Como si alguien, antes de marchar, antes de salir de casa, hubiese entrado en mi habitación, mientras dormía (o lo hacía ver), a desearme un buen día. Y creo, realmente, que esas palabras me las ha silbado alguien en el oído. Abro los ojos. La oscuridad no es la misma. De repente, entre tanto silencio, noto como si hubiera vivido un sueño, o , como si fuera realidad, como si el mundo se hubiera dado la vuelta.

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