Tengo muchísimas
cosas acumuladas en el placard de casa. Hace años que todo está en cajas y bastante abandonado. Mi ropa se gasta
porque siempre uso el mismo jean y la misma remera confiable, la que
mentalmente pareciera tapar todos mis defectos y amoldarse a mis inseguridades corporales. Una gran mayoría de prendas solo se dedican a ocupar lugar. Mi pensamiento autoexigente tiende a recordar que parte de la espiritualidad que intento
practicar todos los días tiene que tener, además de conciencia, amor y yoga,
varias acciones cotidianas, que vayan de la mano con eso en lo que creo, con
esa velocidad con la en la que trato de volver al eje, al deseo central para cuidar mis momentos de
éxtasis y los que son medios mamberos. Y ahí es donde tengo que seguir aprendiendo
a soltar, a no apegarme a lo material y menos cuando no le doy uso, a dejar de lado mi espíritu coleccionista para que las cosas tengan
movimiento y no se estanquen , no se pudran,
no se mueran. Nunca usé ese vestido floreado que me compré en una feria americana
frente a la playa. Porque no me animo. Porque me di cuenta que me lo compré
flasheando caminata Hollywoodense por el medio de París y hoy prefiero destinar
mis andanzas con unas all stars sobre las calles de zona sur, enseñando a lxs
pibxs. Hay miles de chicxs a lxs que
seguro les quedaría bárbaro. Así que afuera cosas sin vida, hay que compartir
en medidas enormes, todos los días. Hoy salen a girar por todas las esquinas del Abasto unas bolsas recargadas de colores, de polleras, de sacos y de camisas. Destinadas a quien las cruce en el camino, para todxs aquellxs que se animen a renovar o a crear nuevas historias. Hay una selección estilista
bastante punki, vintage y alegre que todavía no viste en ninguna página de
instagram.
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